Regresa Las dos Cassandras: Cuando el silencio grita más fuerte que las palabras

Hay obras que no solo se ven… se sienten. Que no necesitas entender línea por línea para que te atraviesen por dentro. Así es “Las dos Cassandras”, una puesta en escena que me dejó sin aliento —literal y emocionalmente— y que ahora regresa a la Sala Xavier Villaurrutia del Centro Cultural del Bosque del 28 mayo hasta el 22 de junio de miércoles a domingo con una segunda temporada que promete ser igual de poderosa.

Todo comienza con un momento que, aunque temido, tarde o temprano llega: la muerte de una madre. Pero esta historia no se trata del funeral, ni siquiera del duelo convencional. Va mucho más allá. Cassandra, una escritora de 40 años, despierta justo ese día sin voz. Y no solo es literal: también es metafórico. No tiene palabras. No tiene energía para el papel que esperan que juegue: el de la hija ejemplar, la que escribe algo bonito para despedir, la que sabe mantener la compostura.

En cambio, lo que tenemos frente a nosotros es un viaje interior caótico, un monólogo fragmentado que se convierte en un espejo para todas las contradicciones, emociones confusas y preguntas sin resolver que una mujer puede cargar en silencio. La obra no se cuenta, se vive: mezcla teatro físico, movimiento, canto a capella y diálogos filosos. Todo está coreografiado al milímetro, pero se siente como si estuviéramos espiando en la mente de alguien al borde del colapso.

Las actuaciones de Vicky Araico y Majo Pérez son brutales (en el mejor sentido). Se lanzan al vacío emocional de Cassandra sin miedo, desdoblándose en una dualidad que cuestiona si se está hablando de la madre o de sí misma. La dirección de Amy Nostbakken, quien también escribió la obra junto con Norah Sadava, sabe cómo mantenernos incómodos y reflexivos al mismo tiempo.

Este montaje, adaptado al contexto mexicano con una sensibilidad impresionante por Vicky Araico Casas, mezcla lo íntimo con lo social. Y ahí es donde más duele, porque nos hace pensar en todo lo que nos exigimos como hijas, como mujeres, como personas. La identidad no es algo que se define fácilmente, y esta obra lo explora con una honestidad cruda y necesaria.

Ganadora del premio a Mejor Obra por la Asociación de Críticos Teatrales de Toronto en 2016, esta pieza no se conforma con ser solo teatro: es una experiencia que duele, pero también libera.