Francisco: El Papa que cambió la historia sin pedir permiso

Con una vida marcada por giros inesperados y una visión que sacudió los cimientos del Vaticano, el papa Francisco se convirtió en una figura única, distinta, imposible de encasillar. Su historia arranca en Buenos Aires, donde Jorge Mario Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936, hijo de inmigrantes italianos que escapaban del fascismo. Desde joven, demostró un carácter firme y una mente curiosa. Bailaba tango, amaba el fútbol y su corazón siempre latió al ritmo de San Lorenzo, su equipo del alma.

A los 21 años, una grave infección pulmonar lo dejó con una salud delicada de por vida. Sin embargo, nada lo detuvo. Su camino no fue inmediato hacia los altares. Antes de ingresar al seminario jesuita, trabajó en una fábrica bajo la tutela de Esther Ballestrino, activista paraguaya que lo marcó profundamente. Su vínculo con ella, una mujer comprometida con los más vulnerables, fue clave en su apertura a distintas miradas ideológicas. La dictadura militar argentina se llevó a Esther y a su hija. Esa tragedia lo acompañó siempre.

 

Francisco no fue un líder eclesiástico común. Era jesuita, una orden conocida por su sobriedad, y cuando fue electo papa en 2013, rompió moldes desde el primer día. Rechazó la limusina papal, prefirió un autobús, saludó de pie a los cardenales, eligió vivir con austeridad y proclamó: “Me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”. Su elección fue una sorpresa. No era el favorito para suceder a Benedicto XVI, quien renunció de manera inédita. Pero con 76 años y una presencia serena, Jorge Bergoglio se ganó al cónclave con su estilo conciliador.

 

Fue el primer Papa jesuita, el primer latinoamericano, el primero del hemisferio sur y el primer no europeo desde el año 741. Un pontífice que logró unir gestos de sencillez con reformas profundas, pero que mantuvo una firmeza doctrinal en temas sensibles. Su posición sobre el aborto, la eutanasia, el celibato y la ordenación de mujeres fue clara y tradicional. Sin embargo, abrió el diálogo con otras religiones, promovió la fraternidad interreligiosa y llevó un mensaje de paz a territorios divididos.

 

Su primer viaje como Papa fue a Lampedusa, donde los migrantes llegan cada año en busca de refugio. Denunció los centros de detención como “campos de concentración” modernos. También medió entre Estados Unidos y Cuba para facilitar el histórico acercamiento diplomático. En sus palabras y acciones, Francisco mostró una preocupación constante por la justicia social.

 

Fue acusado de no hacer lo suficiente contra la dictadura militar argentina, aunque varias personas testificaron que ayudó a perseguidos en secreto. Un libro entero recoge historias de vidas salvadas por su intervención.

 

Francisco prefería lo esencial. Se movía en transporte público, vestía túnicas simples y cocinaba para sí mismo. Como arzobispo, vivía sin lujos. Como papa, mantuvo esa misma filosofía. Fue nombrado cardenal por Juan Pablo II en 2001 y desde entonces subió peldaños sin cambiar su esencia.

 

Su papado fue descrito como ambivalente. Reformador para muchos, decepcionante para otros. Dio pasos hacia la modernización, sin romper completamente con la tradición. Nombró por primera vez en la historia a una mujer como prefecta en el Vaticano, pero rechazó la ordenación femenina. Buscó equilibrio, evitando rupturas dentro de la Iglesia.

 

Vicens Lozano, periodista especializado en el Vaticano, lo definió como el papa más importante desde Juan XXIII. Para muchos, representó la esperanza de una Iglesia más humana. Para otros, su prudencia fue insuficiente. Pero nadie discute que su legado ya forma parte de la historia.

 

Francisco, el papa que eligió la sencillez, la cercanía y el compromiso, dejó una huella imborrable. Su muerte marca el fin de una era, pero su paso por Roma transformó el corazón de la Iglesia.